Pero el 15 de noviembre de 1974 pasará a los anales de la historia como la fecha en la que se produjo el “bautismo espacial” español.
Lanzado
de polizón en un cohete DELTA de la NASA, y con una vida útil de
dos años, el INTASAT se encargó del estudio de los electrones en la
ionosfera mediante el llamado efecto FARADAY (fenómeno de
perturbación que sufren las ondas de radio al penetrar en esa capa
de la atmósfera).
A
principios de los años 70, el sector de la industria aeroespacial
estaba dominado por dos grandes potencias: EEUU y la antigua URSS.
Tras el fracaso del vehículo lanzador ELDO, desarrollado por Europa,
y con la llegada del hombre a la Luna en 1969, el continente europeo
comenzó a ser consciente de lo importante y beneficioso que podía
ser hacerse con un hueco en la carrera espacial.
El
INTASAT era un satélite de pequeñas dimensiones,
que pesaba
aproximadamente 24,5 kg
Es
así como surgió la ESRO (European Space Research Organisation), en
lo que puede considerarse el primer esbozo de cooperación entre los
países europeos en este campo.
De esta forma, las diferentes
nacionalidades se agruparon para la realización de satélites, a la
vez que planificaban programas nacionales que les brindaban la
posibilidad de desarrollar una tecnología espacial.
En
España, paralelamente a la participación en este organismo, la
Comisión Nacional de Investigación en el Espacio (CONIE) desarrolló
un programa quinquenal en el que se incluía la realización de un
satélite, que posteriormente se materializó en el INTASAT.